Demasiadas cosas en mi cabeza se amontonan, sobreponen y disrumpen mi capacidad de ordenarlas y recordarlas, olvidando todo lo que no puedo recordar y esforzándome en recordar lo que no he de olvidar. Aún así se ve que piensan que tengo un enorme espacio en mi mente que requiere ser rellenado con reproches por no admitir "la verdad absoluta".
Si supierais cuántas desconexiones neuronales he de realizar para que lo que me decíais y habéis estado diciéndome y haciéndome no me atormente y me deje fluir en una normalidad que ya asumo que, en mi caso, es utópica, comprenderíais finalmente que no es que me hayáis hecho un daño del que estoy sufriendo las consecuencias, es que todavía me lo estáis haciendo. Pero como no puedo decíroslo, me lo digo a mí misma. No soportáis la culpa de los errores que no asumís. A pesar del "Perdónanos lo que hayamos hecho mal" sólo hay un "Hemos cometido errores, pobres de nosotros a quienes juzgas tan cruelmente como para atribuir a estos errores tu cambio de vida y mente. Ya lo hemos reconocido. Ahora, a cambio, vuelve a ser como eras. Como te construimos, como te modelamos, a base de que tu propia conciencia nos relevara en nuestra ausencia para que así te atormentases cuando nosotros no estuviéramos ahí para hacerlo".
Conozco el paso que no habéis dado antes de que lo deis. Sé qué intención exacta se halla detrás de cada una de vuestras palabras. Vivís en mí, os encargasteis de colocar un control en mi cerebro y mi alma. Pero no tuvisteis en cuenta que esto, a pesar de que me destruiría, a su vez me otorgaba el poder de conocer a fondo toda intención y pensamiento detrás de cada gesto, de cada comentario, de cada acto que lleváis acabo. No importa cuánto repitáis lo mismo reciclando palabras o rescatando discursos ajenos que aparentan ser más brillantes que los cotidianos: conozco el mensaje.
No creo, SÉ que creéis que soy mucho menos inteligente de lo que soy. Lo que viene a ser lo mismo que que penséis que me considero más inteligente de lo que soy, confirmando mi teoría con esta segunda afirmación que viene a ser lo mismo que lo dicho por mí antes, con la única diferencia de haber cambiado las referencias desde las que se opina lo mismo sobre la misma cosa.
Sé que toda una vida dedicada al aprendizaje de lo que para vosotros es lo único válido no es tiempo suficiente como para poder emitir una opinión que no sea la de admitir la única e invariable realidad que encaja en vuestras miras, cuando la realidad actual se reduce a que no sois capaces de concebir que yo no acepte lo que siempre me dabais como única opción.
Me he permitido salir de una jaula en la que nunca me poníais puertas.
Y tenéis que vivir con ello.
Es el precio que tenéis que pagar por haberos encerrado en una concepción vital tan cerrada, en una eterna dicotomía que sólo lleva de una cara de la moneda a la otra. Blanco o negro, bueno o malo. Si queréis dejar de sufrir, tendréis que abrir puertas que no queréis, admitir preguntas que conllevan respuestas que no os podéis permitir. Si no lo hacéis, no es mi culpa que yo sí haya decidido hacerlo: así que dejad, pues, de cargarme con vuestra incapacidad para asimilar la vida. La incapacidad para comprenderla, para vivirla tal cual es. Simple y sórdida. Pero valiosa.
Vuestra incapacidad para madurar al niño interior que sufre la necesidad de que reconozcan su queja del "no es justo". De que castiguen a los niños que le han pegado y a él le den un aplauso.
La maduración consiste en decirle a ese niño que no, no es justo y que no tiene porqué serlo. Es lo que es.
En cierto concepto colectivo de la humanidad, concepto reflejo de los grandes rasgos de todo individuo, habéis decidido morar en un juego colectivo, que muchos decidieron perpetuar porque querían que existiera, porque no aceptaban el aburrimiento que acechaba cuando no había juego. Pero, el colectivo que juega, aún anclado a una etapa pueril de su desarrollo, incapaz de admitir que las fantasías colectivas no son reales, se convierte en pequeños tiranos que amordazan a los adultos que no quieren jugar. No importa que los adultos sí les dejen jugar: no pueden permitir que los adultos no jueguen. Todo el mundo tiene que jugar. Sin juego ¿qué quedaría? Tan sólo la cruda realidad.
Y si no juegan los que han decidido que ya no le encuentran sentido a hacerlo, dejan la realidad más a la vista. Y entonces es cuando los niños más necesitan su juego, más necesitan sus dulces engaños porque el que haya gente que no juegue les recuerda que sólo es un juego. Por eso tiranizan y torturan a quienes no se les une. Ése es el juego colectivo de los niños malvados. Del colectivo humano que aún se halla en una fase infantil e inmadura y que, además viven su inmadurez de manera enferma, intolerante e invasiva.
Luego están los niños buenos. Juegan y no entienden a quienes no quieren jugar, porque jugar es mejor. Porque su juego para ellos es más real que la propia realidad. ¿Por qué? Porque en su juego hay justicia, hay control de lo que no se puede controlar, hay seguridad, hay respuestas a preguntas que no están hechas para ser respondidas y, como niños que son, son incapaces de aceptar que hayan preguntas sin respuesta.
Necesitan una gran figura paternal/maternal, una figura que siempre les proteja, que siempre tenga razón, que lo sepa todo, que siempre esté ahí. No pueden independizarse, son sólo niños, personitas que no pueden concebir el ser huérfanos y que sin su juego, sin su figura paternal/maternal, no podrían verse a sí mismos como adultos, sino como niños cojos.
La vida de adultos les causa dolor. Prefieren, no: necesitan jugar. Necesitan jugar más que respirar. Más que su propia vida. ¿Qué sería su vida si admitieran que todo lo que tienen son las normas de un juego que alguien dictó y que la importancia de este juego se debe a que haya otros como ellos jugando al mismo juego con las mismas normas? (que a su vez basan la validez del juego en lo mismo: el que haya más niños que juegan exactamente igual, llegando a jugar por la inercia de los que juegan por exactamente la misma inercia, generando una causa sin origen, un comportamiento sin motivo).
Cuantos más jugadores, más visible y creíble es el juego a los ojos de un niño. Pero para el adulto no. El adulto analiza el juego y enseguida observa la inconsistencia de la que se sustenta dicho juego. Sabe que no es más real porque haya más niños jugando. Sabe que no es real porque las leyes que lo rigen no responden al sentido común, no responden a la lógica. Sólo responden a las necesidades emocionales de un niño y que podrían ser tomadas por adultos como juegos inofensivos que eventualmente pueden ayudar a sanar las emociones heridas, pero que, como adultos, les es inconcebible actuar en la vida real en base a un juego de niños.
Aquí podríamos situar al colectivo en la fase de adulto joven. El colectivo que ha madurado pero que necesita de su niñez puntualmente para disipar una realidad que aún le sobrepasa.
Y luego está el colectivo adulto. Ya ha superado incluso la inmadurez del adulto joven. Ha alcanzado la estabilidad. Sabe lo que quiere, sabe lo que hay que cambiar. Sabe que los vestigios que los niños han ido dejando en el mundo que le toca vivir son incómodos baches que dificultan su avance, su desarrollo, su paz. Que los niños tienen que madurar, pero que esto sólo lo pueden hacer con el tiempo. Que aún necesitan generaciones para avanzar. El colectivo adulto es tolerante, cívico, cálido, reflexivo y su crisol es el sentido común. Para este colectivo, no existen las razas, las fronteras, las normas sin carácter flexible, lógico o necesario. Son enemigos de lo asentado porque sí y no buscan la justicia en un juego con normas inamovibles y establecidas, intentan ser ellos quienes aporten la justicia más lógica, adaptable y la más sabia, aprendida a lo largo de sus previas fases madurativas. Pero los colectivos en fase niño, adolescente y raras facciones de adultos jóvenes les cortan las alas.
No importa. Es evolución. Es escaso el colectivo adulto. Tal vez sea el siguiente eslabón. Tal vez, el siguiente paso que ha de dar la humanidad. Y que poco a poco surgirá como colectivo cada vez mayor.
martes, 12 de julio de 2011
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